martes, 15 de noviembre de 2011

¡Para luego es tarde!

El papanatismo y el dogmatismo de algunos nacionalistas dan para sostener, sin sonrojo alguno, que las filas catalanistas están exentas de todo mal. Sin embargo, el estereotipo del “ultracatalanista” parece desmentirlos. Mientras que el ultraderechista y el ultraizquierdista gozan de valor normativo propio, el término “ultracatalanista” (que define al incondicional de una corriente social en Catalunya, claramente diferenciada de las anteriores y perfectamente transversal en lo ideológico; así como coincidente en los factores de radicalidad y extremismo que los caracteriza) no forma parte, de momento, de los términos registrados en diccionario lexicográfico de postín. ¡Quién lo diría!
Con tal de cubrir tan alarmante vacío, me tomo la licencia de incluir una reflexión al respecto, a modo de sugerencia: El “ultracatalanista” acostumbra a estar anquilosado obsesivamente en la idea de que la legitimación política y moral viene determinada por una serie de postulados fijados en un rígido, limitadísimo y concreto marco geográfico e histórico. Asimismo, suele rechazar de plano injerencia alguna en cuestiones básicas de la arquitectura que sustenta su ideario. A fin de que sus predominantes criterios prevalezcan, no vacila en tildar de “anticatalán” a todo aquel que no participe de su doctrina. También, de una manera o de otra, se le va la mano conculcando derechos inalienables a quien ambicione otra concepción alternativa a su modelo político y moral en Catalunya.

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