sábado, 1 de enero de 2011

Catalunya rodeada de ingleses

Pues nada, como no tuve la oportunidad de presenciar el mensaje institucional de fin de año del president de la Generalitat, fatigado por una jornada especialmente física, me desplomé sobre el jergón con la intención de leerlo. Entre bostezos, sobre aquel fragmento que remataba con un “mi principal prioridad (la crisis)”, mis labios ya habían articulado varios “¡cuánto bueno por aquí!”. Ante lo previsible y reconfortante del discurso, debí caer en la transposición de la duermevela. Recobré la conciencia sobresaltado por el onírico tumulto de una muchedumbre de acreedores que pasaban desempedrando la calle en dirección al Palau de la Generalitat. ¡Lo que faltaba “pa’l” duro! Ya me hallaba en ese párrafo del parlamento en que el President vagaba por “incertezas”, “amenazas”, "incomprensiones” y “hostilidades”. El repertorio al completo que peor abona el territorio para la calma; vaya, aquella que mejor seduce a todo potencial inversor. Extenuado de tanto victimismo, del amodorramiento me deslicé, sin poderlo remediar, a la pesadilla. De tal forma que sólo desperté, bañado en frío sudor, merced al tintineo que ocasionaban monedas de centelleante oro al golpear contra el suelo. Éstas eran arrojadas desde el balcón que asoma a la plaza Sant Jaume, en magníficas cantidades, a fanatizados incondicionales por tres hombrecillos que, turnándose sin orden preestablecido, remachaban una y otra vez: “¡qué austeridad ni qué ocho cuartos!”, “¡ele!”, “¡y el que venga detrás que arree!”.

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