viernes, 3 de diciembre de 2010

Ligero como el ave de San Lucas

Estos días da que hablar el indecoroso sueldo y la pensión vitalicia, por desmesurados, que se embolsará quien presidió el Parlament de Catalunya después de abandonar el cargo oficial. Revela un provocativo insulto a quienes han visto menguada su irrisoria nómina o pensiones bajo la excusa de que las arcas públicas están hechas un bacalao. En este orden de cosas, para qué echar más leña al fuego trayendo a colación la exigua paga que se anuncia que dejarán de cobrar los desempleados sin prestación económica alguna. Vaya por delante que, contra individuo que se limita a demostrar buenas maneras al no despreciar aquello que se le ofrece, nada tengo que reprochar porque en ocasiones la necesidad come más que un sabañón. No obstante, el caso que nos ocupa merece echarle de comer aparte pues este conspicuo servidor público ha demostrado con creces ser poco amigo de apretarse el cinturón… en su vehículo oficial tampoco (deseo que se inclinen a interpretarlo en su sentido figurado, soy poco amigo de casar chanza y físico). A pesar de formar parte de una cuadrilla caracterizada en recordarnos machaconamente la maña que gastan los dirigentes políticos del resto de España en empobrecer al conjunto de catalanes; no se rasgó las vestiduras, mientras ocupó cargo de responsabilidad público, ni abanderó altruistas propuestas para que las retribuciones crematísticas de muchas figuras institucionales de Catalunya no doblaran a las de sus homólogos del conjunto del Estado. Quizá el independentista de pro nace con una innata habilidad para lograr que empresas donde el aprendiz multiplique por dos la remuneración del maestro sean el último grito en motivación y competitividad. Vaya usted a saber por qué en el imaginario soberanista el despropósito halla acomodo en el mullido y aterciopelado reposapiés de la justificación con una frecuencia pasmosa.

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