lunes, 13 de diciembre de 2010

Como pedrada en ojo de boticario

Pocos lugares hallará en Europa occidental, en la cual se presupone cierta calidad democrática, donde la impunidad con la que actúan ciertos políticos (ultracatalanistas) encuentre mayor y mejor gloria que en Catalunya. Pasa con demasiada frecuencia que si se pernocta bajo albergue nacionalista, todo lujo de atenciones a cuenta del erario público (subvenciones); si no… a la fonda del sopapo, que por un real dan dos platos. Basta echar un vistazo al libro de registro del Gran Hotel Parlamentario para percatarse de que los apellidos de categoría patria, minoritarios entre el pueblo llano, constituyen una arrolladora mayoría: revelador, ¿eh? A mayor abundamiento, figúrese que en el apartado de “motivo de la estancia” del formulario de inscripción, que con esmerada amabilidad hacen cumplimentar en recepción, el huésped catalanista, indica de manera explícita: “para quebrantar las leyes vigentes” (no acatar las sentencias de cierto tribunal, por poner un solo ejemplo de los muchos que prodigan en facilitarnos). Pues llegado el caso, la Hospedería de Interior del regio lugar se quedará más fresca que el dormitorio de una rana y con más razón que un santo porque es de justicia que la declaración del confeso es determinante pero no concluyente: paciencia y barajar. Le aconsejo que aún no se apee del burro en el asunto de marras porque al mejor escribano se le cae un borrón y, en las más de las veces, sucede que el jacobino huésped en sus fehacientes transgresiones legales, a la sazón, perjudica de manera manifiesta al conserje, maître o botones ante las mismísimas barbas del “detective d’esquadra” de la tetrabarrada Residencia Nacional. Pues ni por esas, “casualmente” el vigilante verá menos que un martillo enterrado en paja, esto es, que este endémico malhechor (“patriota”, como acostumbra a decirse por estos lares donde me trajeron al mundo) tiene todos los números para seguir campando por sus respetos. Es más, en ocasiones, hay humilde asalariado, que no sabe ni a tocino aunque le unten, que, en arranque de cándida osadía (suponga -sé que es mucho suponer-), se planta ante la Comisaría de la Dirección para informar del atropello a plana y renglón. No se sorprenda si el policía de turno (guasa aparte, a su seguro servidor le ha ocurrido en repetidas ocasiones; vaya, que es verídico) le espeta un “¿qué pretende que hagamos nosotros?, ¡vaya usted y ponga una denuncia al Juzgado!” y como hay agraviado que ante tamaña indefensión revienta antes que estar callado, entre dimes y diretes, acaba replicando un “si se me atraviesan los cables y le atizo una pedrada a la farola de ahí enfrente, ¿me denunciarán ustedes o también se cruzarán de brazos, esperando que otro modélico ciudadano se tome la molestia de ir al Juzgado a tramitar la acusación?”. Escribiendo en román paladino, no es necesario redoblar exhaustivas pesquisas para concluir que en Catalunya por ningún cabo se encuentra que muchos ultracatalanistas y las leyes de que nos hemos dotado en democracia confluyan. En suma, es feo como un pecado que lo advierta, mas topándose con alguno de los referidos… fíese de la Virgen, pero corra.

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