miércoles, 27 de octubre de 2010

Aunque vestido de lana, no soy borrego

Alterar el estado virginal de la realidad, practicando un estilo singular, forma parte del devenir del editorial de infinidad de medios de comunicación del entorno nacionalista en Catalunya y, en su defecto, de todo aquel que evite significarse ante quien maneja la espita de la subvención pública con afectado maniqueísmo. Hace escasos meses, pudimos ojear como una porretada de periódicos publicó un editorial conjunto para escarnio de la pluralidad ideológica de quienes somos dados a leerlos. En el conglomerado mediático, desde la distancia apenas se perciben voces altisonantes que hasta no hace mucho tiempo se trató de solapar bajo una excusa pintiparada: vivíamos en una suerte de vergel alejado de la mundanal tendencia a practicar los vicios que la política miserablemente suele traer aparejada y a la que se dio en llamar “el oasis catalán”. Allende nuestras fronteras, donde los amortiguadores óbolos de la subvención pública son incapaces de regar en toda su extensión, publicaciones desinteresadas o empresas que a la sazón operaban aquí proyectaban una realidad alejada de la oficial que a la postre, con el trascurso de los años, se ha mostrado axiomática. En lo referente al terruño, desde lo vasto de cualquier sociedad a la que se ha tratado denodadamente de colocar el sambenito de la única identidad, extraño ha sido que no surgiesen ciudadanos “atravesados”. Al principio se creyó que tirando de manual nacionalista (“catalanista” como gustan definirse para huir de términos denostados por la implacable Historia) bastaría para una desautorización ejemplarizante. No obstante, aquellos a los que les asisten razonamientos democráticos profundos y se les atiza desde sus propias instituciones públicas con la tranca de la injusticia son difícilmente sofocados. Lo que en el origen fue un puñado de ciudadanos, hoy por hoy, ya cuenta con una exigua representación parlamentaria (Ciutadans) con contrastadas opciones de aumentar su apoyo popular considerablemente en el próximo paso por las urnas el 28 de noviembre. Sin embargo, lo más significativo, en mi modesta opinión, es el mimetismo que ha empezado a suscitar en otras formaciones políticas atrapadas desde hace décadas en las redes del acomplejamiento político echadas con gran destreza desde las filas del nacionalismo excluyente.

miércoles, 20 de octubre de 2010

Barre la nuera lo que ve la suegra

Aparentemente, ceder a la obstinada ambición de los que en este territorio pretextan defender el bien común, alertándonos de los estragos que nos acarrea el infame “déficit fiscal de Catalunya”, es una propensión natural en cualquier individuo. No obstante, respecto a lo anterior convendría no pasar por alto el porqué a estos interesados sujetos que dotan de capacidad para poseer déficit fiscal a un determinado territorio en España pasan por alto el mayor desequilibrio fiscal que existiría entre la provincia de Barcelona y las del resto de Catalunya o el aún superior que hallarían entre el barrio de Pedralbes (Barcelona) y el de La Mina (Sant Adrià de Besòs). En términos de irrefutable realidad podríamos hallar el máximo exponente en desproporción hacendística entre el individuo que de manera fehaciente más tributa y el que menos.
Bajo los efectos de un paroxismo patriotero muchos se erigen en la voz de Catalunya (¡vaya usted a saber si es por ello que a mis 43 años aún no he acertado a discernir si Catalunya habla con voz gutural o nasal?) desde tribunas mediáticas, simples asociaciones privadas (debidamente subvencionadas con dinero público) o instituciones gubernativas de rango menor. En el supuesto de que lo que pretendan fuere hacerlo en nombre de los catalanes, huelga decirles que somos de toda condición y pelaje. El “hecho diferencial” al que tanto gustan traer a colación desde el mundo soberanista a modo de extraordinario aglutinante catalanista se hace añicos con sólo darse un atracón de realidad a pie de calle y constatar lo mucho que nos aleja ideológicamente a unos de otros; la diversidad racial o lingüística de nuestros conciudadanos; el abismo que dista entre los que son creyentes religiosos y los que, como un servidor, se saben agnósticos por tolerancia y ateos por convicción y tantos otros hechos diferenciales “autóctonos” como el espacio, el tiempo y la capacidad de nuestras seseras nos permitiesen exponer. No obstante, todo lo expuesto anteriormente no debería ser obstáculo para que unos seres humanos fueren iguales en derechos y obligaciones en cualquier sociedad que como tal aspire a llamarse democrática.